24 de marzo de 2009

Concurso Literario

Antes que nada, debemos pediros disculpas por este vacío informativo del Blog debido a la acumulación de colaboraciones e ideas que es necesario gestionar para que todos encontremos nuestro espacio en la red.


Y sin más dilación, pasamos al evento del mes en el col·legi: El concurso literario PRAETEXTA organizado por el Departamento de Letras del colegio (del que nos declaramos fans abiertamente) que ha trabajado a destajo para descubrirnos el potencial literario de los chicos del cole.

Y como el movimiento de demuestra andando, os pasamos el texto de la ganadora del primer premio, -que para regocijo de los profesores de residencia, es una alumna de internado- y que a la chita callando nos ha dejado con la boca abierta... (redoble de tambores.................................................más redoble....................................un poco más.......................................)

¡¡¡¡¡¡¡¡¡BELÉEEEEEEEEEEEEEEEEN VALLESPIIIIIIIIIIIIIIIIR!!!!!!!!!!!









Ahí va esa perlita de relato:

EL SENTIDO DE LAS PALABRAS

La primera vez que respiró, escuchó un montón de sonidos extraños. Recordaba haberlos oído antes pero desde la lejanía, como un sonido mucho más sordo. Poco a poco fue acostumbrándose a ellos, unos eran más agudos otros más graves, algunos le trasmitían tranquilidad y otros le resultaban tan extraños que la sobresaltaban, pero todos le parecían interesantes, todos eran nuevos para ella.
Entre todas aquellas voces empezó a distinguir una en particular. Siempre le hablaba, le contaba cosas y le decía una palabra tras otra. Aunque no entendía nada empezó a reconocer algunas, las que más se repetían. Entre ellas una en especial con la que siempre se dirigían a ella: María. Cuando alguien llegaba de visita a su casa se unían las voces diciendo más palabras, y entre ellas volvía a reconocer una en especial, María.
Sí, decididamente cuando de ella hablaban la llamaban María.
María intentó imitar esos sonidos que escuchaba. Todos trataban de enseñarle alguna palabra y cuando con gran esfuerzo emitía un pequeño sonido, todos la aplaudían y lo festejaban.
Cada día descubría muchas cosas nuevas y todo parecía sorprenderle. Poder aguantarse sobre sus pies, poder ir de un sitio a otro coger cosas con sus manos y poder lanzarlas lejos… Todo era nuevo para María: alzar los brazos y que la agarraran, llorar y que alguien la alimentara o tan sólo abrazara… Pero las palabras aún no lograba entenderlas; solo había conseguido imitarlas, repetirlas, pero no podía entenderlas.
El primer día de colegio le pareció maravilloso. ¡Tantos niños! Podría jugar y pasárselo bien.
Estaba tan contenta que el tiempo se le pasó muy rápido y apenas se dio cuenta del hambre que le torturaba su pequeña barriga, así que como hasta ahora había hecho, decidió empezar a llorar. Alguien se acercó y le preguntó qué necesitaba. María no entendía nada y lloró más fuerte. A su alrededor empezó a llegar más gente y a preguntarle por mil cosas, que si se había hecho daño, que si tenía pis, que si caca. María lloraba y lloraba. Sólo tenía hambre, y como no lograban entenderla, llegó su madre, la abrazó y se sintió segura.
Aún recuerda la cara de su madre cuando hablaba con los profesores: decididamente María tenía un problema y por las caras de todos los allí presentes debía de ser algo serio. A partir de ese momento María pasaba muchas tardes en la consulta de un logopeda que después de muchas semanas consiguió que María repitiera todas las palabras que él le decía; le daba libros y ella debía leerlos en voz alta. María escuchaba su propia voz y le parecía extraña, pero su familia estaba muy contenta porque María al fin hablaba.
Podía pedir con palabras todo lo que necesitaba. En el colegio la profesora todos los días le contaba un montón de cosas que ella guardaba de memoria en su cabeza, y en los exámenes, todo lo memorizado sobre el papel, lo copiaba. Pasaban los años y María cada vez acumulaba más palabras en su cabeza; a veces pensaba que ya no podrían entrar más en ella pero no las contaba, sólo memorizaba una, otra y otra.
Su madre era feliz y cada noche le decía a María “te quiero”. María sabía para qué se usaba pero no qué quería decir esa palabra y día tras día ella se seguía preguntando sobre el porqué de las palabras.
Un día al despertar María le preguntó a su madre, ¿mamá por qué al “vaso” se le llama “vaso”?, ¿Por qué al vernos por la calle nos decimos “hola”?
Su madre salió corriendo buscando a un psiquiatra y María vio tanta preocupación en el rostro de su madre que decidió callar y no preguntar más el sentido de nada. Y todo volvió en casa a la normalidad.
Con el tiempo María empezó a suspender; nadie entendía porqué y ella sabía que ya no podía memorizar más historias, más letras, más y más palabras sin sentido. La mandaron lejos de sus amigos, de su familia, a un lugar nuevo. A ella le gustó el colegio, la gente, el lugar. Todo le parecía interesante.
Alguien le dijo aquel primer día en el patio: “¡Hola! ¿Cómo te llamas?” Los ojos de María empezaron a brillar, el corazón se le salía del pecho. Era la voz más bonita que nunca había escuchado. Empezó a buscar todas las palabras que tenía en su cabeza para responderle, pero no sabía cuál utilizar de tantas que guardaba. Él le volvió a preguntar: “¿No recuerdas tu nombre?”.
De pronto ella pensó: “¡Claro, todos me llaman María!”
“Soy María”, respondió. Pasaron la tarde hablando, contándose mil y una historias que María escuchaba atentamente. Al despedirse aquella noche ella había entendido, sentido y vivido muchas palabras. Corrió a su habitación y pasó la noche pensando en él. Deseaba volver a verlo, así que al día siguiente volvieron a quedar después de las clases y así un día tras otro compartieron sus vivencias, sus dudas. Ella empezó a sentir la necesidad de comprender el significado de las palabras, de sentir palabras. Buscó en Internet las mil y una formas de decir hola, buenos días, qué tal… Cuando avanzaba su relación decidió buscar el sentido de la palabra “amistad”, después le interesó comprender la palabra “compromiso” y cuando terminaba el verano se interesó por entender el significado de la palabra “amor”.
Poco a poco, acompañada siempre de su diccionario, María fue buscando y entendiendo todas y cada una de las palabras. En su cabeza ya nos la memorizaba: las vivía, las sentía, las experimentaba, y de repente a finales de junio, llegó la palabra que más dolor le provocó: “ADIÓS”. Al despedirse de su amigo lloró, sintió y entendió la palabra “distancia”. Pero su amigo antes de despedirse le enseñó unas palabras más: “recuerdo”, “promesa” y “volver”.
María.

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